EPISODIO DIEZ: Madre

Debatiendo

Estudié filosofía budista durante casi una década en mi adolescencia, aunque es posible que no aprendiera mucho. Una cosa que sí aprendí fue a tener una mente estrecha al valorar la mente escéptica. Mis estudios me hicieron arrogante al cegar mi percepción pura. Empecé a idealizar a los críticos que se mostraban escépticos ante las supersticiones, las bendiciones y la devoción. En ese momento, probablemente habría colocado a Erich Fromm y Nietzsche en el mismo pedestal que Shakyamuni, si hubiera sabido quiénes eran.

Cuando estaba estudiando en la universidad Sakya, mi padre me regañaba constantemente por perder el tiempo en lógica y filosofía. No le entendí. Cualquier otro padre se hubiera alegrado de tener un hijo que se esforzaba en sus estudios. Años más tarde me quedó claro: estos regaños venían de alguien que entendía la ceguera de la lógica y apreciaba el sabor de la práctica.

Aunque desarrollé la costumbre de menospreciar las cosas que no se podían explicar con la lógica, afortunadamente esa costumbre se acabó en parte debido a un ratón.

El antiguo Labrang de Bir en construcción. Foto de Mal Watson.

En 1990, estaba tratando de fundar Dzongsar Shedra en Bir, India, que ahora se ha metamorfoseado en algo llamado Deer Park. Por aquel entonces éramos bastante pobres; en un momento dado solo tenía un billete verde de 5 rupias en mi cartera. Sobrevivíamos a base de las raciones de comida que el gobierno estadounidense ofrecía a los refugiados tibetanos, principalmente cebada y, a veces, trigo. Venía en grandes sacos adornados con la imagen de dos manos unidas. Diez sacos de cebada eran suficientes para alimentar a 25 monjes durante aproximadamente un mes. 

Cuando no había dinero para seguir con la construcción, solo teníamos que tomarnos un descanso y esperar hasta que se materializaran algunos fondos. Por aquel entonces me basaba en una profunda actitud de «todo va salir bien», una actitud que se ha debilitado con el tiempo.

De hecho era algo positivo cuando se acababa el dinero, porque podía aprovechar el tiempo para hacer retiro. Una vez decidí hacer un retiro de un mes dedicado a Yeshe Tsogyal, la consorte de Gurú Rinpoché (a quien los tibetanos en general y especialmente los nyingmapas deberían venerar al mismo nivel que Gurú Rinpoché y el Rey Trison Deutsen por todo lo que ha hecho). Al final de este retiro, estaba limpiando mi altar y para mi asombro descubrí que un ratón se había comido la parte de atrás de la torma[1]. Este hábil ratón había sido tan perfecto y preciso, dejando intacta la parte de delante de la torma de modo que no me había dado cuenta, aunque la había estado mirando durante todo un mes.

Foto de Orgyen Tobgyal Rinpoché hecha por Dzongsar Khyentse Rinpoché.

Mi mente lógica dijo es solo un ratón, necesita comida. Mi altar estaba al descubierto, no dentro de una vitrina, así que ¿por qué no? Pero entonces Orgyen Tobgyal Rinpoché, el rey de los adivinos, apareció haciendo sus adivinaciones, y cuando le dije que se habían comido mi torma, no se anduvo con rodeos. «Eso es una mala señal», gruñó. Fue tan directo. Incluso a la persona más escéptica le molestaría que un adivino gitano fuera tan franco.

Dos días después, recibí una llamada desde Bután de Dasho Pema Wangchen, que era el secretario privado del cuarto Rey de Bután. Por aquel entonces en Bir, era algo realmente importante si recibías una llamada de cualquiera. El teléfono solo sonaba unas tres veces al año. Para hacer una simple llamada a Baijnath[2], tenías que contactar con un operador unas horas antes para reservar la conexión. Mucho más tarde, deduje que la gente en Bután había nominado a Dasho Pema Wangchen para que me llamara porque nadie más se atrevía a transmitir el mensaje.

La voz de Dasho sonó sorprendentemente clara en la línea y lo que dijo también fue muy claro. «Tu madre está muerta».

La práctica de Yeshe Tsogyal, que justo acababa de terminar con mi torma mordisqueada por el ratón, era la práctica principal y quizás la única que hizo mi madre. Así que mi mente escéptica dio un vuelco en ese mismo momento. Desde ahí en adelante, no he podido evitar ser supersticioso. Este fue uno de los mayores cambios de esta naturaleza que jamás he tenido. Ahora creo en todo. Si veo a alguien cargando un cubo vacío cuando estoy a punto de irme de viaje, eso me afecta. Y cuando camino por las concurridas calles de Nueva York o Nueva Orleans, cuando veo a los que echan las cartas del tarot, videntes, astrólogos, fácilmente caigo víctima de ellos. La parte positiva es que en el último día de la puja de Tara que duró 21 días [en Chauntra en 2017], un niño me ofreció su dibujo de Arya Tara. Pero le había puesto barba a Tara con lo cual se parecía más a Gurú Rinpoché y mi pequeña mente estalló de alegría. Pensé, ¡Por supuesto que Tara es Gurú Rinpoché! Así que ahí es donde estoy ahora, gracias a ese ratón.

Sartre

A lo largo de los años, he conocido a ciertos individuos escépticos que volaron en las alas de la racionalidad y la lógica y se creían agudos como halcones. Pero años después, esas mismas personas yacían en sus lechos de muerte llenas de miedo y desesperación. Tengo mucha curiosidad sobre cómo los existencialistas como Sartre y Camus veían el momento de la muerte. Estos críticos nunca utilizaron el escepticismo agudo que tanto les gustaba para ser escépticos del escepticismo.

A diferencia de Buda Shakyamuni, que estaba más allá del karma, y ​​que pudo elegir a Maya y Suddhodana como sus padres, nuestro karma manda; no podemos elegir. Yo no elegí a Thinley Norbu y Jamyang Choden. Fue solo una cuestión de karma.

El hecho de que alguien sea tu madre o tu padre no significa necesariamente que le quieras y viceversa, pero eso no ha impedido que todos piensen que deberían hacerlo. La mitad de los problemas familiares del mundo provienen de esa expectativa innecesaria. En lugar de confiar en el karma, terminan confiando en la suposición de que los padres deben amar a sus hijos y los hijos deben amar a sus padres. Lo único positivo que surge de esta suposición es que le da empleo a muchos terapeutas. Yo también soy prisionero de mis suposiciones y expectativas con respecto a mis padres.

 

La melancolía por mi madre ha crecido con el tiempo, y especialmente después de su muerte. Desde que tenía 8 años, habré pasado un total de solo unos meses en su compañía. Y ciertamente no recuerdo haber ido nunca a un picnic familiar. Ser un rinpoché de esa generación significaba estar alejado de mi familia. Hoy la vida de tulku está dominada por los padres, pasan las vacaciones juntos, incluso viven juntos y, por Dios, hasta tienen reuniones de Navidad y Acción de Gracias. Nunca hubo un Día de Acción de Gracias o una reunión familiar o ni siquiera una celebración de Año Nuevo en mi familia. Nunca ha habido una foto de grupo de todos nosotros juntos.

Crecí en una sociedad patriarcal a la que no le importaba mucho los derechos de las mujeres. A medida que he explorado el mundo fuera de esa sociedad, he llegado a apreciar a las mujeres y me he convertido en uno de los que piensa que los prejuicios de género no son algo bueno. Mi madre nunca tuvo derecho a tomar decisiones con respecto a mí. ¿Cómo se supone que debía sentirse cuando su primer hijo, yo, fue reclutado como tulku para siempre, un trabajo que no tiene opción de ser despedido o de dimitir? ¿Llena de alegría? Aunque ella nunca se habría opuesto a que me reconocieran como tulku y no se resistió a que me llevaran, nunca tuvo la oportunidad de expresar su opinión. En aquellos días, los padres no tenían ni voz ni voto sobre los tulkus. Al niño simplemente se lo llevaban.

Lo poco que recuerdo es que ella siempre estaba un poco sola. Mi padre nunca estaba realmente allí. Ella crió a los dos niños más pequeños prácticamente sola. Solo puedo imaginarme cómo era su vida, rodeada de una sociedad que tenía conceptos tan sólidos sobre lo que está bien y lo que está mal. Como consorte del hijo mayor de Dudjom Rinpoché y como hija del Lama Sonam Zangpo, tenía que comportarse, no es que alguna vez se sintiera inclinada a comportarse mal, no era su forma de ser.

Aum Kuenga

Siempre se vestía de manera muy sencilla —una simple kira butanesa o una chuba tibetana de colores apagados— y era una tejedora con talento. Ella era muy capaz, pero sus talentos nunca tuvieron la oportunidad de florecer en esa sociedad dominada por hombres. La única cosa que ella hizo para mí, una colcha, permanece en mi poder. La madre de mi asistente Phuntsok, Aum Kuenga, era su buena amiga, y ahora cada vez que la veo, tengo ese sentimiento nostálgico por mi madre.

Era una mujer de pocas palabras, que era una de sus cualidades más impresionantes. Conocí a muchas personas que estaban más impresionadas por ella que por mi padre, a pesar de que mi padre la superaba en rango, la dominaba y era el género dominante. Y a pesar de que él regañaba a todos constantemente, de alguna manera ella fue la que silenciosamente se ganó su más profunda reverencia. Una palabra de ella tenía más impacto que una semana de regaños de mi padre. La gente cuidaba su comportamiento en su presencia y actuaba de forma más apropiada con ella que con él.

Mi madre

Nunca dije «te echo de menos» a mi padre ni a mi madre. Si tuviera la oportunidad, tampoco lo haría. Culturalmente no pega. Sería muy raro. Pero hoy en día los tulkus dicen te quiero y te echo de menos a sus padres todo el tiempo. Tal vez hayan visto La Tribu de los Brady o Familia Moderna. Se me pone la piel de gallina al pensar en mi padre diciendo «Te quiero». Estaba mucho más acostumbrado a que me riñera. Me regañaba por todo, ya fuera porque el color de mi camisa era demasiado brillante o porque mis pasos hacían demasiado ruido. De hecho, si no me regañaba, yo me preguntaba qué pasaba. Creo que es importante que los padres presten atención a cómo se manifiestan frente a sus hijos. Los recuerdos que tengo de mi padre regañando a mi madre durante sus raras visitas a casa me impresionaron mucho. A pesar de toda la disparidad y las situaciones difíciles, ella siempre elogiaba y hablaba genuinamente de mi padre, refiriéndose a él como Dungse Rinpoché. Los psicoanalistas probablemente habrían estado ávidos de tenernos como pacientes.

Sigmund Freud

Unos años antes de que mi madre falleciera, ella empezó a decir cosas como: «Cuando todos os hayáis ido, cuando me hayáis abandonado, haré esto o aquello». Parecía que esperase que la dejaran sola o que no la incluyeran, lo que siempre me desconcertó y casi me molestó. Un poseedor del linaje de Freud podría haberle diagnosticado con síndrome del nido vacío. Debido a quién era y con quién estaba casada, nunca tuvo la oportunidad de ser madre. Si no hubiera sido una gran practicante del Dharma, lo habría pasado mucho peor. Y ella era, por lo que recuerdo, una gran practicante del Dharma.

Por mi parte, siento una mezcla de arrepentimiento porque los años de separación crearon una sensación de alejamiento. Pero, ¿quién puede romper el vínculo entre madre e hijo? Aunque el tiempo fue breve, mi conexión con mi madre y mi abuelo materno fue muy fuerte. Mirando hacia atrás, me alegro de haber insistido en que mi madre viajara conmigo a Suiza, Malasia y China cuando tenía veinte años. Estos tres viajes, aunque cortos, constituyeron la mayor parte del tiempo que pasamos juntos.

Creo que una de las razones por las que tengo un cariño especial por mi hermano Jampel Dorje, y por lo que siempre le perdono ser desagradable, es porque se parece mucho a mi madre y a mi abuelo, sus rasgos e incluso el simple movimiento de sus manos. Él fue el hermano que pasó más tiempo con mi madre, y ella lo quería especialmente porque es gracioso y un poco loco. Jampel Dorje babea cuando habla y recientemente me di cuenta de que yo también lo hago. Esto es lo que puede hacer el ADN.

Cuando por fin logramos pasar algún tiempo juntos, la forma de tratarme de mi madre no era como su hijo, sino como la reencarnación de Jamyang Khyentse Chökyi Lodrö. Esto es lo que la sociedad exige a la madre de un tulku. Pero ella tenía una devoción genuina. Me hizo tantas postraciones. Abrazarla y acariciarla era inimaginable, el afecto se mostraba de otras formas. Una vez, cuando estaba en Phuntsholing y necesitaba desesperadamente dinero en efectivo, la primera persona en la que no tuve ningún reparo en apoyarme fue mi madre. Le pedí que me comprara mi viejo televisor y ella me pagó el precio original completo. Hice un buen negocio.

En sus últimos años, se alojó en Thimphu, en una casa de cuatro habitaciones justo encima de la Estupa Conmemorativa, que diseñó mi padre. Recuerdo ir allí a bañarme a veces; ella tenía un cubo grande con varilla eléctrica para calentar el agua. Me advirtió una y otra vez que no tocara el agua si el interruptor estaba encendido. Esta era su forma de mostrar su preocupación y afecto. Así que hubo algunas ocasiones en las que me habló como su hijo, no como Jamyang Khyentse Chökyi Lodrö.

Volviendo a la superstición, los tibetanos creen en algo llamado lha, que es como el alma. Una vez estaba en Nepal recibiendo iniciaciones y enseñanzas de todos los grandes maestros que vivían allí en ese momento. Mi madre también estaba allí, viviendo en una casa que había construido mi padre. Mi padre le había dado unos dólares estadounidenses por valor de unas 100.000 rupias nepalíes. Un día, un ladrón se subió a un árbol, irrumpió en su habitación y le robó el dinero. Ella se sintió muy mal por esto, y nunca se recuperó de ese sentimiento de culpa, especialmente porque el dinero provenía de mi padre. Puede que fuese mi imaginación, pero sentí que ella perdió su resplandor, su lha, y nunca lo recuperó. Se volvió introvertida. Y luego, lentamente, vino su enfermedad del tiroides. Traté de consolarla, e incluso Kyabje Dilgo Khyentse Rinpoché, siempre tan compasivo, la llamó por teléfono para animarla. Pero de alguna manera esa carga nunca la abandonó.

Poco después de eso fui a Bir e hice el retiro de Yeshe Tsogyal. No puedo evitar preguntarme sobre las conexiones. Tengo esperanza, por el bien de mi madre y de todas las madres del pasado y del futuro, de que yo y ellas vayamos más allá de la superstición y la lógica.

 

[1] Substancia tántrica bastante importante, hecha de granos y generalmente decorada con mantequilla de colores.

[2] El pueblo a solo 15 minutos por la carretera de Bir.

Habilidades

Publicado el

junio 8, 2017

2 Comentarios

  1. Oscar Reyes

    Que hermosa historia, me hizo recordar con amor a mi madre…

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  2. Silvia

    Muchísimo reconocimiento Rinpoche por darme, darnos acceso a tan genuinas historias de tu vida.
    Sentimiento de compasión por ti siendo niño,por tu madre por la mujeres de la época

    Responder

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