Por desgracia, aunque soy Buda, este Buda está envuelto como un gusano de seda. Mi capullo sedoso es infinito, delicado y colorido. Este capullo es la mente. Y estoy atrapado con esta mente, así como estoy atrapado con una oreja doblada y un lunar en mi labio superior. Supongo que con respecto la oreja doblada y el lunar en mi labio, podría ir a Seúl para que me los alteraran casi a la perfección. En cuanto a alterar o eliminar la mente, es un asunto completamente diferente.
Si esta mente permaneciera inactiva, congelada, sería una cosa completamente diferente, pero ese no es el caso. Esta mente sigue reconociendo dolorosamente, notando irritantemente, sintiendo frustrantemente, sabiendo de forma agonizante, juzgando incontrolablemente, confirmando desesperadamente, y empatizando engañosamente, una y otra vez, incesantemente. Esta mente también sigue malinterpretando tranquilamente, haciendo suposiciones erróneas fácilmente, equivocándose ciegamente y simplemente perdiéndose al Buda todo el tiempo. Esta mente es como un mono domesticado que conoce todos los trucos que le ha enseñado su captor, bailar y dar saltos mortales, pero que no parece tener ni idea de cómo quitarse la correa que lo ata. ¿No sería mejor ser una piedra o un trozo de madera? Eso si pudiéramos elegir. Ni siquiera quiero ser un androide de Philip K. Dick, incluso ellos sufrieron de algo parecido a la empatía.
Puede que haya pintado una imagen de la mente como una cosa engañosa y poco colaboradora, incluso maliciosa, pero no todo está perdido. La mente puede ser útil. Por mucho que la mente sea un capullo, la mente también es el camino que conducirá al Buda. Es la mente la que anhela al Buda. Es la mente la que admira al Buda. Cuando la mente está acorralada por el sufrimiento, la mente anhela estar despierta y ser libre. Cuando esta mente interactúa con el mundo, desde el momento en que entra hasta que sale, lo hace viendo, oliendo, probando, escuchando, sintiendo y conociendo, lo que lleva a una infinidad de juegos, colores, formas y matices. Y como un asesino que deja una mancha de sangre, mientras la mente impregna y conquista el mundo, la mente siempre deja una huella.
Por muy sutil que sea, cuando la mente danza a través del conocimiento del olfato, deja la huella más profunda. No es tangible, pero deja una impresión muy fuerte. Incluso después de que han pasado décadas, cada vez que uso jabón Pears, los recuerdos sobre Lama Sonam Zangpo, el padre de mi madre, cobran vida. No recuerdo cómo era su toalla, pero este aroma a Pears lo tengo muy vívido. Y el olor a la quema de enebro, artemisa e incienso me recuerda a él haciendo ofrendas todas las mañanas. El olor a cebada me recuerda a las tardes en que ofrecía sur. Entre los destinatarios de esta ofrenda están los seres llamados terang. Se cree que son duendes cuyo sufrimiento es una adicción a esconder las pertenencias de las personas con el fin de gastar una broma. Se obsesionan tanto con esta broma que se olvidan de comer durante eones y siempre tienen hambre.
Mi abuelo era un yogui. Nunca fue dueño de una casa grande. Se mudaba de casa constantemente. Recuerdo que en una de las casas donde vivió, se alojaba en una habitación tan pequeña que la cama apenas cabía. Junto a su cama había una pared y la pared tenía una ventanilla desde la cual podía mirar hacia la habitación contigua donde sucedía todo. La gente se sentaba allí y recibía enseñanzas de Lama Sonam Zangpo a través de este agujero. Si se reunía con dignatarios u otros visitantes, lo hacía de la misma manera. Apenas podían verlo a través de ese agujero.
Se cree que nunca se acostaba a dormir como un ser humano normal, lo cual no puedo confirmar porque yo siempre estaba dormido antes que él. Temprano por la mañana, cuando me despertaba, él ya estaba sentado haciendo oraciones o meditando o encargando una pintura o cualquier otra cosa. Todo sucedía desde su cama. Hacia el final de su vida, apenas caminaba. Temprano por la mañana, cuando todos nos despertábamos, su asistente Tsokola le traía un gran balde lleno de agua tibia y se lavaba la cara en la cama con jabón Pears. Ese es el único jabón que yo recuerde que usó.
Ahora, después de 50 años, incluso cuando veo la transparencia pardusca de una pastilla de jabón Pears, puedo recordar el olor y me lleva directamente a esa pequeña habitación en Hontsho, Thimphu o incluso a un lugar anterior llamado Kulikata. También, el olor a vacas y estiércol de vaca siempre me remonta a mi infancia, ya que nuestra familia era dueña de algunas vacas. Y el cilantro, el jengibre y el chile, me llevan a Dewathang y al recuerdo de mi abuela haciendo ensalada de guindilla butanesa.
Evidentemente, no todos los olores traen buenos recuerdos. Incluso después de todos estos años, cada vez que nos adelanta un camión indio, los humos de escape me traen recuerdos desagradables que tengo de viajar de Phuntsholing a Thimphu en la parte de atrás del camión. Hice este viaje varias veces hace muchos años y se tardaba tres días; un viaje que ahora se puede hacer en tan solo cuatro horas. Pero tal vez ese olor a humo de escape es tan perturbador porque poco después de que me reconocieran como tulku, cuando era un niño pequeño, tuve que despedirme de mis abuelos. Caminaron conmigo durante un día hasta la carretera más cercana donde una camioneta esperaba. A través de una nube de humo de escape, nos alejamos, mientras la imagen de mi abuela llorando en el arcén de la carretera se desvanecía.
Se cree que todos los grandes maestros tienen un aroma característico. Su disciplina de no dañar y de ayudar diligentemente a los demás es tan fuerte que se manifiesta como una fragancia: la fragancia de la conducta correcta. Este misterioso olor se podía detectar en la habitación de Kyabje Dilgo Khyentse Rinpoché. Por supuesto, muchos otros aromas de diferentes sustancias llenaban la habitación. Los interminables rituales e iniciaciones que se realizaban allí requerían quemar muchísimo incienso. Kyabje Rinpoché era uno de los mayores propagadores del incienso de la tradición Mindroling. También usaba todo tipo de jabones y cremas hidratantes. Siempre había crema Nivea en una lata azul y tubos de Boroline [una crema antiséptica]. Pero esta fragancia característica e indescriptible no provenía de ninguna de estas sustancias olfativas. Dondequiera que se manifestaba, ya fuera en un taxi en Katmandú o en un banco en una estación de tren de la India, esta fragancia se podía rastrear, al menos por un momento. Impregnaba sus hábitos. Años después de su muerte, recuerdo haber ido a su habitación en el monasterio de Shechen en Boudhanath e intentar olfatear su cama sin que nadie se diera cuenta.
Recientemente, fui a La Sonnerie en Francia, donde Kyabje Dilgo Khyentse Rinpoché había dado muchas enseñanzas y donde todavía se preserva su cama tal y como si él acabara de salir a una breve visita. Entré en la habitación y apoyé mi cabeza en la cama e instantáneamente, casi treinta años después, su olor me volvió a la memoria. Probablemente era mi mente jugándome una mala pasada. Sin embargo, este recuerdo de su olor fue suficiente para traer de vuelta el recordatorio de que, no importa cómo deambule por esta ilusión, soy el Buda. Yo soy el Buda.
Si uno sabe cómo usar el capullo, desenredar el hilo y usarlo como guía, puede llevarnos al estado despierto. Imitando al gran Saraha, rindo homenaje a la mente que es como una joya, aunque sea un capullo.
Imagen principal: Buddha TV del artista surcoreano Nam June Paik